Los anglosajones entraron en la escena histórica en el siglo V de nuestra era, como piratas y mercenarios germanos paganos, acompañados por sus seguidores. Esto fue parte de un movimiento mucho más amplio de pueblos “bárbaros” (aquellos que vivían más allá de las fronteras del territorio romano), quienes irrumpieron en el imperio, estimulados por una variedad de motivos. En el momento de la conquista normanda, en 1066, la Inglaterra anglosajona era uno de los estados más sofisticados del occidente medieval, reconocida por sus logros culturales y eclesiásticos, y con complejas estructuras administrativas, legales y financieras, muchos de cuyos aspectos fueron conservados por la nueva élite normanda.
El manejo de la palabra escrita, además de una muy bien desarrollada tradición oral, tuvo una tremenda importancia en esta transformación.
Los anglosajones fueron introducidos en un sistema completo de alfabetización, como parte del proceso de conversión al cristianismo, una empresa iniciada por las iglesias celta y romana, con una cierta participación de los galos, a fines del siglo VI. En un siglo, ellos y sus vecinos celtas habían transformado el libro en un exquisito vehículo para su arte y su cultura, que iban a ejercer su influencia a lo largo de toda la Edad Media y más allá todavía.
Las cuatro fases de la historia anglosajona
El periodo anglosajón tal vez convendría ser visto como una serie de fases: primero, el periodo pre-romano y de migración (de principios del siglo V hasta fines del VI); segundo, el periodo insular (de fines del siglo VI hasta mediados del IX); tercero, la restauración alfrediana (fines del siglo IX); y cuarto, el periodo anglosajón tardío (siglos X y XI, hasta el 1066).
Cada fase trajo nuevos desarrollos para la historia del libro. El periodo pre-romano presenció un cierto nivel de continuidad en los conocimientos de la antigüedad, a través de la mediación de la iglesia. Ante la arremetida de los germanos paganos, la iglesia británica nativa se retiró en gran medida hacia la “zona de las tierras altas” (el moderno dominio celta, “Celtdom”). Participó activamente en la conversión de Irlanda, donde emergió una cultura cristiana distintiva, notable por su erudición, e influenciada por sus legados celtas y británicos, y también los del Mediterráneo oriental, la Galia y España. Se adoptaron organizaciones episcopales y monásticas, se enseñó el latín sistemáticamente como una nueva lengua, y se desarrolló un sistema de escritura, libre de la vulgarización experimentada a menudo en las áreas del antiguo imperio (del que Irlanda nunca formó parte). Los libros más antiguos que sobreviven de estas islas (como el Codex Usserianus y las Springmount Bog Tablets) fueron producidos en Irlanda, posiblemente durante los primeros tiempos del siglo VII.
En Inglaterra, la resistencia ante el avance germánico, asociada con Ambrosius Aurelianus y la figura históricamente esquiva de Arturo, había colapsado ya en la segunda mitad del siglo VI (como lo lamenta el monje británico Gildas), y para cerca del año 600 se habían establecido una miríada de pequeñas unidades políticas anglosajonas, a partir de las cuales surgieron varios reinos importantes. De estos, asumieron el protagonismo: Kent, Essex, Sussex, Wessex, East Anglia, Northumbria (Deira y Bernicia) y Mercia. Algunos focos de asentamientos nativos británicos y algunos reinos (en particular, Strathclyde, Rheged y Elmet) sobrevivieron, pero el núcleo de la población se vio obliga a ir a Gales, Cornwall, y el sur de Escocia, mientras que muchos otros emigraron a Bretaña.
La alfabetización de los anglosajones se llevó a cabo desde dos frentes: por un lado, la iglesia céltica, establecida en el reino irlandés de Dal Riada, en Argyll (sobre todo en Iona), que extendió su actividad misionera por toda Escocia hacia Inglaterra; y por la iglesia romana, a través de la misión de San Agustín en Kent, en el año 597. A pesar de ciertas diferencias en la observancia religiosa, que se discutieron en el famoso Sínodo de Whitby, en 664, que se inclinó a favor de la corriente romana, los miembros de ambos grupos trabajaron en conjunto en el proceso de conversión en Inglaterra, los lugares natales de los germanos y en otras partes del continente. Tan parecidas eran las culturas de Bretaña e Irlanda en esta etapa, que a menudo se aplica el término “insular”, señalando un nivel de identidad cultural compartida a lo largo de todas las islas, a pesar de que cada área conservaba su propio carácter distintivo.
La cultura cristiana de la Inglaterra insular
Durante el siglo VII, la cultura cristiana de la Inglaterra anglosajona tomó forma, substanciándose a partir de la formalizacion de una estructura eclesiástica en toda Inglaterra, gracias al arzobispo Teodoro, un monje parlante de griego que venía de Tarsus, en Asia Menor. Teodoro había sido nombrado para ocupar el cargo en Canterbury, y estuvo en su puesto desde el 669 hasta el 690. Teodoro y su colega de Africa (Adriano, abad de San Agustín) establecieron una notable escuela en Canterbury, que llegó a revolucionar la enseñanza en Inglaterra, introduciendo la influencia mediterránea relacionada con un currículum que se enfocó en la métrica (composición poética), el cómputo (estudio de la cronología) y la astronomía, además del estudio de las Sagradas Escrituras.
Ese plan de estudios también fue adoptado en las fundaciones romanizadoras de Northumbria, en particular en los monasterios de Monkwearmouth (674) y Jarrow (682). La luminaria más brillante en esta constelación de estudiosos fue Bede (673-735), quien ingresó en Jarrow siendo un niño y permaneció allí, con salidas esporádicas, por el resto de su vida, laboriosa y notable.
Las obras de los eruditos anglosajones tales como Aldhelm y Bede, inmediatamente se convirtieron en “best sellers”. La correspondencia del periodo contiene numerosos pedidos de copias de estos libros, y de obras litúrgicas, en especial a través del continente.
El personal religioso irlandés e inglés había llevado su fe hacia el continente a partir del siglo VII, fundando monasterios como Luxeuil, Saint Gall y Bobbio (Columbanus), Echternach (Willibrod) y Fulda (Bonifacio). Estos centros continuaron recibiendo “reclutas” desde sus lugares de origen, e hicieron una contribución muy positiva a la enseñanza continental, culminando con el “renacimiento” carolingio de fines del siglo VIII y IX, en el cual, Carlomagno fue asistido por uno de los clérigos más eminentes de la época, Alcuino de York (c.735-804). Alcuino nos dice que la biblioteca de York estaba entre las mejores de la época, pero, lamentablemente, ninguno de los libros sobrevivientes del periodo puede serle atribuido convincentemente a esta biblioteca.
El apogeo que disfrutó Northumbria durante gran parte del siglo VII también dio impulso a Mercia -con los reyes Aethabald (que reinó entre 716 y 757), Offa (757-796) y Coenwulf (796-821, siempre hablando de años de reinado), que extendieron su autoridad a través de gran parte de Southumbria (frecuentemente, poco dispuesto). Manuscritos y otras obras de arte producidas al sur del río Humber durante esta época exhiben influencias mediterráneas y orientales, y hay evidencias de complejas relaciones con el imperio carolingio. La última tendencia fue cultivada por los clérigos ingleses del sur, particularmente por el Arzobispo de Canterbury, Wulfred (805-832), en parte como una forma de ayudar a combatir el control secular de los monasterios.
Bede, Historia Ecclesiastica. (años 820 - 830?), Kent (o Mercia?). Inicio del libro I de "History of the English Church and People", de Bede, compuesto en Jarrow y completado en el año 731. (BL Shelfmark Cotton MS Tiberius C.II, f5v).
British Library. Salterio de Athelstan. Adiciones en inglés del siglo X (pre 939) a un libro del siglo IX del área de Liége. El rey Athelstan (que gobernó entre 924 y 939), recolectó y encargó una gran cantidad de libros. Este manuscrito fue obtenido en el Continente y “modernizado” de acuerdo con el gusto inglés. Las adiciones incluyen esta miniatura de Cristo en Majestad. (BL Shelfmark Cotton MS Galba, A.XVIII, f2v.)