1. El Libro Anglosajón


Los anglosajones entraron en la escena histórica en el siglo V de nuestra era, como piratas y mercenarios germanos paganos, acompañados por sus seguidores. Esto fue parte de un movimiento mucho más amplio de pueblos “bárbaros” (aquellos que vivían más allá de las fronteras del territorio romano), quienes irrumpieron en el imperio, estimulados por una variedad de motivos. En el momento de la conquista normanda, en 1066, la Inglaterra anglosajona era uno de los estados más sofisticados del occidente medieval, reconocida por sus logros culturales y eclesiásticos, y con complejas estructuras administrativas, legales y financieras, muchos de cuyos aspectos fueron conservados por la nueva élite normanda.

El manejo de la palabra escrita, además de una muy bien desarrollada tradición oral, tuvo una tremenda importancia en esta transformación.

Los anglosajones fueron introducidos en un sistema completo de alfabetización, como parte del proceso de conversión al cristianismo, una empresa iniciada por las iglesias celta y romana, con una cierta participación de los galos, a fines del siglo VI. En un siglo, ellos y sus vecinos celtas habían transformado el libro en un exquisito vehículo para su arte y su cultura, que iban a ejercer su influencia a lo largo de toda la Edad Media y más allá todavía.

Las cuatro fases de la historia anglosajona

El periodo anglosajón tal vez convendría ser visto como una serie de fases: primero, el periodo pre-romano y de migración (de principios del siglo V hasta fines del VI); segundo, el periodo insular (de fines del siglo VI hasta mediados del IX); tercero, la restauración alfrediana (fines del siglo IX); y cuarto, el periodo anglosajón tardío (siglos X y XI, hasta el 1066).

Cada fase trajo nuevos desarrollos para la historia del libro. El periodo pre-romano presenció un cierto nivel de continuidad en los conocimientos de la antigüedad, a través de la mediación de la iglesia. Ante la arremetida de los germanos paganos, la iglesia británica nativa se retiró en gran medida hacia la “zona de las tierras altas” (el moderno dominio celta, “Celtdom”). Participó activamente en la conversión de Irlanda, donde emergió una cultura cristiana distintiva, notable por su erudición, e influenciada por sus legados celtas y británicos, y también los del Mediterráneo oriental, la Galia y España. Se adoptaron organizaciones episcopales y monásticas, se enseñó el latín sistemáticamente como una nueva lengua, y se desarrolló un sistema de escritura, libre de la vulgarización experimentada a menudo en las áreas del antiguo imperio (del que Irlanda nunca formó parte). Los libros más antiguos que sobreviven de estas islas (como el Codex Usserianus y las Springmount Bog Tablets) fueron producidos en Irlanda, posiblemente durante los primeros tiempos del siglo VII.

En Inglaterra, la resistencia ante el avance germánico, asociada con Ambrosius Aurelianus y la figura históricamente esquiva de Arturo, había colapsado ya en la segunda mitad del siglo VI (como lo lamenta el monje británico Gildas), y para cerca del año 600 se habían establecido una miríada de pequeñas unidades políticas anglosajonas, a partir de las cuales surgieron varios reinos importantes. De estos, asumieron el protagonismo: Kent, Essex, Sussex, Wessex, East Anglia, Northumbria (Deira y Bernicia) y Mercia. Algunos focos de asentamientos nativos británicos y algunos reinos (en particular, Strathclyde, Rheged y Elmet) sobrevivieron, pero el núcleo de la población se vio obliga a ir a Gales, Cornwall, y el sur de Escocia, mientras que muchos otros emigraron a Bretaña.

La alfabetización de los anglosajones se llevó a cabo desde dos frentes: por un lado, la iglesia céltica, establecida en el reino irlandés de Dal Riada, en Argyll (sobre todo en Iona), que extendió su actividad misionera por toda Escocia hacia Inglaterra; y por la iglesia romana, a través de la misión de San Agustín en Kent, en el año 597. A pesar de ciertas diferencias en la observancia religiosa, que se discutieron en el famoso Sínodo de Whitby, en 664, que se inclinó a favor de la corriente romana, los miembros de ambos grupos trabajaron en conjunto en el proceso de conversión en Inglaterra, los lugares natales de los germanos y en otras partes del continente. Tan parecidas eran las culturas de Bretaña e Irlanda en esta etapa, que a menudo se aplica el término “insular”, señalando un nivel de identidad cultural compartida a lo largo de todas las islas, a pesar de que cada área conservaba su propio carácter distintivo.

La cultura cristiana de la Inglaterra insular

Durante el siglo VII, la cultura cristiana de la Inglaterra anglosajona tomó forma, substanciándose a partir de la formalizacion de una estructura eclesiástica en toda Inglaterra, gracias al arzobispo Teodoro, un monje parlante de griego que venía de Tarsus, en Asia Menor. Teodoro había sido nombrado para ocupar el cargo en Canterbury, y estuvo en su puesto desde el 669 hasta el 690. Teodoro y su colega de Africa (Adriano, abad de San Agustín) establecieron una notable escuela en Canterbury, que llegó a revolucionar la enseñanza en Inglaterra, introduciendo la influencia mediterránea relacionada con un currículum que se enfocó en la métrica (composición poética), el cómputo (estudio de la cronología) y la astronomía, además del estudio de las Sagradas Escrituras.

Ese plan de estudios también fue adoptado en las fundaciones romanizadoras de Northumbria, en particular en los monasterios de Monkwearmouth (674) y Jarrow (682). La luminaria más brillante en esta constelación de estudiosos fue Bede (673-735), quien ingresó en Jarrow siendo un niño y permaneció allí, con salidas esporádicas, por el resto de su vida, laboriosa y notable.

Las obras de los eruditos anglosajones tales como Aldhelm y Bede, inmediatamente se convirtieron en “best sellers”. La correspondencia del periodo contiene numerosos pedidos de copias de estos libros, y de obras litúrgicas, en especial a través del continente.

El personal religioso irlandés e inglés había llevado su fe hacia el continente a partir del siglo VII, fundando monasterios como Luxeuil, Saint Gall y Bobbio (Columbanus), Echternach (Willibrod) y Fulda (Bonifacio). Estos centros continuaron recibiendo “reclutas” desde sus lugares de origen, e hicieron una contribución muy positiva a la enseñanza continental, culminando con el “renacimiento” carolingio de fines del siglo VIII y IX, en el cual, Carlomagno fue asistido por uno de los clérigos más eminentes de la época, Alcuino de York (c.735-804). Alcuino nos dice que la biblioteca de York estaba entre las mejores de la época, pero, lamentablemente, ninguno de los libros sobrevivientes del periodo puede serle atribuido convincentemente a esta biblioteca.

El apogeo que disfrutó Northumbria durante gran parte del siglo VII también dio impulso a Mercia -con los reyes Aethabald (que reinó entre 716 y 757), Offa (757-796) y Coenwulf (796-821, siempre hablando de años de reinado), que extendieron su autoridad a través de gran parte de Southumbria (frecuentemente, poco dispuesto). Manuscritos y otras obras de arte producidas al sur del río Humber durante esta época exhiben influencias mediterráneas y orientales, y hay evidencias de complejas relaciones con el imperio carolingio. La última tendencia fue cultivada por los clérigos ingleses del sur, particularmente por el Arzobispo de Canterbury, Wulfred (805-832), en parte como una forma de ayudar a combatir el control secular de los monasterios.



Bede, Historia Ecclesiastica. (años 820 - 830?), Kent (o Mercia?). Inicio del libro I de "History of the English Church and People", de Bede, compuesto en Jarrow y completado en el año 731. (BL Shelfmark Cotton MS Tiberius C.II, f5v).
















British Library. Salterio de Athelstan. Adiciones en inglés del siglo X (pre 939) a un libro del siglo IX del área de Liége. El rey Athelstan (que gobernó entre 924 y 939), recolectó y encargó una gran cantidad de libros. Este manuscrito fue obtenido en el Continente y “modernizado” de acuerdo con el gusto inglés. Las adiciones incluyen esta miniatura de Cristo en Majestad. (BL Shelfmark Cotton MS Galba, A.XVIII, f2v.)

2. Los Vikingos y Alfredo el Grande


Los vikingos y Alfredo el Grande

Una Mercia debilitada por el disenso había cedido su supremacía a Wessex, bajo el rey Egbert (r. entre 802-839), hacia el año 830. A mediados del siglo IX, continuaron las relaciones carolingias, pero la atención comenzó a concentrarse cada vez más en una nueva amenaza: los vikingos. Lindisfarne cayó víctima del primer ataque escandinavo en el 793, enviando ondas de choque a través de todo Occidente. En 865 llega el primer gran ejército vikingo, y para el año 870 solamente quedaba Wessex resistiendo efectivamente.

El reinado de Alfredo el Grande (871-899) fue testigo de la progresiva invasión vikinga y su asentamiento, cosa que finalmente logró controlar, simbolizando el hecho con su tratado con Guthrum, líder de los daneses en East Anglia, redactado entre el 886 y el 890. Este tratado dividió Inglaterra en: Danelaw (Northumbria, East Anglia y los “Cinco Distritos” –“Five Boroughs”-, incorporando gran parte de Mercia), y la Inglaterra “inglesa”, conservando Wessex y el territorio al sur del Támesis, y la parte sudoccidental de Mercia.

La otra cuestión que más le preocupaba a Alfredo era la degeneración religiosa y cultural de Inglaterra, a la que atribuía todas sus desgracias. Reunió un grupo de eruditos, compuesto por mercianos (Wreath, Plegmund, Werwulf y Aethelstan), un galés (Asser) y dos académicos del continente (Grimbald de St. Bertin y Juan el Viejo Sajón). El programa para la revitalización de la cultura a través de los libros (y por lo tanto, un renacimiento espiritual) incluyó una política de traducción al Antiguo Inglés de obras de particular relevancia para la situación.

Un punto crucial se había alcanzado en la alfabetización inglesa: se estableció un grado de preservación de la antigua cultura insular, la influencia continental se convirtió en un rasgo característico más de la cultura anglosajona, y se desarrollaron nuevas tendencias en la literatura vernácula.

Del mismo modo, en el frente político se estableció el escenario para la próxima fase de la historia inglesa, dominada por la reconquista de Danelaw y un nuevo sentido de unidad nacional. Para finales de su reinado, Athelstan (925-939) había comenzado a hacer valer el imperio de una monarquía única en toda Inglaterra y el sur de Escocia y Gales; esta nueva estabilidad le permitió entrar en una serie de relaciones diplomáticas con el continente, y satisfacer también su amor por las artes y la cultura, con la adquisición de obras, reliquias e influencias de variadas fuentes.

La segunda mitad del siglo X fue testigo de la introducción de una campaña muy importante de reforma monástica, a lo largo de las fronteras continentales, favoreciendo (teóricamente) la observancia general de la Regla de San Benito (antes, quienes estaban a cargo de los establecimientos religiosos individuales podían determinar, en general, sus propias observancias). Bajo el patrocinio del rey Edgar (959-975), trabajaron tres grandes prelados reformistas: Dunstan, Arzobispo de Canterbury (960-988), Aethelwood, Obispo de Winchester (963-984), y Oswald, Obispo de Worcester (961-992; también Arzobispo de York, 971-992).

Este periodo de estrecha colaboración entre la Iglesia y el Estado, vio un florecimiento espectacular de las artes (los mismos Dunstan y Aethelwood eran consumados artesanos), sin faltar nunca el patrocinio.

La caída de los anglosajones

A fines del siglo IX y principios del X, se renovó el desorden general, con crisis de sucesión, conflictos entre los partidos a favor y en contra de la reforma, una alianza con Normandía y un gobierno débil bajo Ethelred II “Unraed”, el “mal aconsejado” (978-1016).

Comenzó nuevamente la intervención escandinava, esta vez asociada con las ambiciones de una monarquía danesa centralizada, lo que dio como resultado el ascenso de Canuto (1016-1035). Inglaterra se convirtió en parte de un imperio escandinavo septentrional: la paz quedó garantizada (formalizada por el contrato social de Canuto con los ingleses, años 1019-1020, según el cual se garantizaba la protección a cambio de la lealtad), y las artes florecieron nuevamente, patrocinadas por el rey y sus esposas.

Los conflictos por la sucesión tras la muerte de Canuto terminaron con la subida al trono de Eduardo “el Confesor” (1042-1066), otro benefactor de las artes. Pero sin embargo, la inestabilidad había permitido que los condes ingleses crecieran de forma desmesurada. A la muerte de Eduardo, su cuñado, Harold Godwine, Conde de Essex, usurpó el trono (a pesar de los reclamos del principal aliado de Eduardo, Guillermo de Normandía). Su reinado duró menos de un año; durante este tiempo, los lazos de las relaciones internacionales que se habían entretejido durante los años precedentes, tomaron forma en los eventos narrados por la tapicería de Bayeux. Con la conquista Normanda en 1066, la realidad política de la Inglaterra anglosajona llegó a su fin. Por fortuna, no su identidad cultural.

El testimonio de Domesday Book, un fenomenal censo de propiedades redactado a fines del reinado de Guillermo I (1066-1087), nos muestra claramente la caída de los anglosajones. Aquí están registrados solamente dos terratenientes ingleses importantes, y para el año 1087 quedaban nada más que un solo obispo inglés y dos abades importantes.

A pesar de todo, estos datos no deberían llevarnos a subestimar la continua contribución anglosajona. Las artes, incluyendo el libro, siguieron reflejando y fortaleciéndose bajo la influencia inglesa, aún cuando se introdujeron nuevos textos, a veces reemplazando a sus predecesores (en especial, en el campo de los libros eclesiásticos y de servicios, por ejemplos misales). Muchos aspectos (algunos de los cuales llegaron a nuestros tiempos) de la imponente estructura administrativa con que los normandos y sus sucesores angevinos (de Anjou) rigieron sus extensos imperios, estaban firmemente enraizados en el mundo anglosajón. La influencia anglosajona estaba lejos de terminarse, y ciertamente desempeñó un rol muy importante en la literatura, el arte, la cultura y la administración del mundo medieval (y también moderno).
Imagen: The New Minster Charter.c. 966, Winchester, New Minster. Este frontispicio de la carta del rey Edgar al Nuevo Ministerio, conmemorando su adopción del Benedictismo, es el ejemplo más antiguo del estilo "Winchester", completamente pintado. Edgar aparece representado aquí entre la Virgen y San Pedro, presentándole la carta a Cristo. (BL Shelfmark Cotton MS Vespasian A.VIII, f2v.)

3. Lectura y Escritura de Manuscritos en el Mundo Anglosajón


A partir de la desaparición del imperio romano y hasta el surgimiento de las universidades occidentales (alrededor del 1200), lo cual generó un gran crecimiento en la producción y comercialización de libros seculares para adaptarse a las demandas de un público cada vez más culto, por lo general se asume que la producción de libros era competencia exclusiva de los monasterios. Y así era, aunque hay señales de una continua producción secular de documentos en otros lugares de la Europa medieval, y queda todavía la posibilidad de una participación laica limitada en la producción de libros.

Dentro del ámbito de la producción eclesiástica, no hay que pensar en una asociación permanente a un “scriptorium” (“oficina para escribir”): los mismos manuscritos presentan muchas evidencias de que los escribas y los artistas, así como sus obras y sus ejemplares, eran móviles. Además, la escritura no estaba limitada a aquellos cuyos talentos que tenían el sentido de “opus dei”, u “obra para Dios” (una parte integral de la jornada monástica prescripta, por ejemplo, dentro de la regla monástica redactada por Casiodoro), consistían largamente en la producción de libros. Varios clérigos que no eran escribas monásticos “profesionales” (como Bonifacio, Willibrord, Aelfric y Wulfstan) han dejado muestras de sus propias manos en anotaciones marginales.

Un detalle importante: en un periodo en donde la producción de libros era una actividad manual, la “alfabetización” no significaba necesariamente la capacidad de escribir; las obras podían ser dictadas a un escriba competente, aún por eruditos notables de la Edad Media tardía.

La alfabetización en la Ingaterra anglosajona

Evaluar el alcance de la alfabetización en la Inglaterra anglosajona (incluso en un sentido restringido, convencional, de la capacidad de leer y escribir) es extremadamente difícil, dada la naturaleza de las fuentes. La clase social puede bien haber sido el principal factor determinante, con los niveles más altos de la sociedad disfrutando de un acceso más amplio, si no restringido, al aprendizaje. Tales capacidades habrían estado mucho más difundidas dentro de la Iglesia que dentro de la sociedad estratificada, pero hay algunos indicios provenientes de Inglaterra, y aún más del continente, de que la instrucción podía ser adquirida afuera, y que aquellos educados dentro de un contexto eclesiástico podían reingresar en la sociedad secular. Además, aquellos de las clases más bajas podían ganarse el acceso a la enseñanza a través de su entrada en la Iglesia.

Hay evidencias de que algunas figuras seculares específicas, como el rey erudito de Northumbria, Aldfrith (que reinó entre 686-705), y Alfredoo el Grande (871-899), pueden haber sido capaces de escribir y también de leer. El monje galés Asser escribe, del hijo más joven de Alfredo, Aethelweard, que “fue entregado al entrenamiento en la lectura y la escritura bajo el atento cuidado de maestros, en compañía de todos los niños nacidos nobles de casi toda la zona, y otros muchos no tan nobles”. En cambio, no todos los clérigos sabían leer, según se quejaban Bede y Alfredo (el primero, cuando hacía un recuento de los problemas en la formación de sacerdotes analfabetos de habla inglesa).

Las mujeres también participaban en la producción de libros. En 735-736, el misionero Bonifacio le escribía a la abadesa Eadburh de Minster-in-Thanet pidiéndole que su comunidad “… me escriba en oro las epístolas de mi señor, San Pedro Apóstol, para lograr el honor y la reverencia hacia las Sagradas Escrituras cuando se rezan ante los ojos de los paganos… Le envío el oro para escribirlas”. Las monjas obviamente podían producir obras de prestigio, y algunas finas correspondencias antiguas también fueron compuestas por ellas. La obra del Aldhelm en elogio de la virginidad, dirigida a las monjas de Barking, demuestra la destreza que necesitaban para encarar este complejo estilo, y dichas señoras respondían con ansias a una tarea de investigación presentada por Bede en su recopilación de datos para su “Historia Eclesiástica”.

Alfredo aprende a leerLas mujeres religiosas también estaban a cargo, a menudo, del cuidado y la educación de niños que entraban temprano en la vida religiosa. Asimismo, el rol de las madres en la preparación de los jóvenes ocasionalmente podía haber encontrado fundamentos en la expresión literaria. Asser nos dice sobre el joven Alfredo:

Un día, entonces, cuando su madre le estaba mostrado a él y a sus hermanos un libro de poesía inglesa… ella dijo “Le voy a dar este libro a cualquiera de ustedes que pueda aprenderlo más rápido”. Alentado por estas palabras, o bien por inspiración divina, y atraído por la belleza de la letra inicial en el libro, Alfredo… inmediatamente tomó el libro en sus manos, se dirigió hacia su maestro y lo aprendió. Cuando lo aprendió, se lo devolvió a su madre y lo recitó”.

Los hombres y mujeres miembros de las clases más altas de los “thanes” (o “thegns”) (por sobre los hombres libres comunes y por debajo de los nobles) también a menudo poseían varios libros, aunque no es posible decir con certeza si podían leerlos sin la ayuda de un sacerdote.

El rol de la escrituraPara la mayoría de la población, lo más cercano que podían llegar a estar de un manuscrito era un vistazo de los imponentes libros de servicio que se utilizaban en las ceremonias religiosas, con las imágenes explicadas a veces por el sacerdote, si tenían suerte; o cuando asistían a un tribunal de justicia, donde la evidencia escrita se vuelve cada vez más importante a partir del siglo IX; o cuando podían leer las órdenes del rey.

Pero dentro de la comunidad monástica la mayoría de los religiosos recibía instrucción en el aula; aquellos con algunas aptitudes iban a convertirse en “lectores” (eruditos) y/o “scriptores” (escribas), una distinción que parece haber sido particularmente observada en Irlanda.

A los escribas entrenados frecuentemente se les permitía poner a prueba sus manos, incluso en obras prestigiosas (como por ejemplo la Biblia Real), y muchas veces se detectan sus tareas en los mismos pasajes de los manuscritos.

Las prácticas variaban, aunque en general la orden de trabajo consistía en la preparación del pergamino (pieles de animales curtidas), el calado y el rulado de las hojas, la escritura, el agregado de rúbricas (títulos, encabezamientos, etc., por lo general en “rubeum”, rojo), decoración, corrección, armado de las hojas en “manos”, cosido y encuadernación (tal vez incluyendo cubiertas trabajadas en metal o un “cumdach”, o relicarios para libros).

La composición de los equipos de trabajo era variable. Por ejemplo, en el scriptorium de Lindisfarne, a principios del siglo VIII, podían trabajar cinco escribas en un libro escolar, mientras que los grandes evangeliarios, como los Evangelios de Lindisfarne, aparentemente eran obra de un solo artista-escriba. Eadfrith, el presunto escriba de los Evangelios de Lindisfarne, logró su posición de Obispo de Lindisfarne (su encuadernador, Aethilwald, más tarde lo sucedió en el cargo) y fue obviamente un importante miembro de la comunidad. Tal vez su obra en este importante tema de culto representaba su propia “opus dei” personal, reforzando así su posición.

Escribas y mecenasEn Irlanda se le daba gran importancia al “héroe escriba”, lo cual posiblemente se extendió hacia Inglaterra, aunque allí sobreviven pocas referencias a los escribas antiguos (además del famoso irlandés Ultan, celebrado en un poema). Los colofones (inscripciones que registran información acerca de la producción de un manuscrito, otra vez favorecidas en primer lugar por los irlandeses) conservan algunos nombres: Wigbald, escriba-maestro de un equipo grande que trabajó en los Evangelios de Barberini; y Cutbercht, un anglosajón que trabajaba posiblemente en Salzburgo en un evangeliario que lleva su nombre.

Más tarde, en el mismo periodo, varios escribas de “alto vuelo” dejaron constancias de sus trabajos. Entre ellos, Godeman, probablemente un monje de Winchester primero y Abad de Thorney después, a quien el Obispo Aethelwold le encargó su Bendicional aproximadamente en los años 971-984, y quien es conmemorado, junto con su mecenas, en un poema. Aelsinus, tal vez un monje de New Minster, Winchester, durante el segundo cuarto del siglo XI, está registrado como escriba del Libro de Oraciones de Aelfwine, y también trabajó en el “Liber Vita”, de New Minster. Pero quizás el escriba más notable de todos haya sido Eadui Basan, un monje de Christ Church, Canterbury.

La obra de Eadui incluía un Salterio y un Evangeliario que reciben su nombre, los Evangelios de Grimbald y contribuciones a los Evangelios de York, el Salterio Harley y el primer Salterio Vespasiano.Su trabajo en cartas que datan de la segunda o tercera década del siglo XI nos proporciona una buena referencia para datar sus emprendimientos. Eadui también habría sido un consumado artista. Probablemente es quien está representado tomando los pies de San Benito en el Salterio de Eadui.

A partir de fines del siglo IX en adelante, los mecenas se registraron más fácilmente. Antes, las obras de Bede o de Aldhelm podían llevar dedicatorias, pero los verdaderos propietarios de los libros eran mencionados raramente. Las “publicaciones oficiales” de Alfredo permiten asociar una gran cantidad de obras con su círculo, por ejemplo el Hatton Pastoral Care lleva una carta a manera de prólogo, de recomendación, en el caso de la esta copia dirigida a Werferth, Obispo de Worcester. El rey Athelstan se ha demostrado que adquirió, y encargó, una gran cantidad de libros, incluyendo algunos del continente (como los “Evangelios de Coronación” de Lobbes, utilizados tradicionalmente como el libro de juramento en las coronaciones inglesas) y de Irlanda. Se le acredita la fundación de la biblioteca real.

El rey Edgar y sus obispos reformistas eran notables mecenas. Canuto y sus esposas son recordados por haber desplegado las artes hacia algunos de los espléndidos libros producidos durante el siglo XI.Otros mecenas seculares incluyen a Santa Margarita de Escocia (muerta en 193), nieta de Edmund Ironside, quien huyó hacia el norte tras la conquista, dando lugar a su matrimonio con el rey Malcolm III. Una reformista piadosa, los libros de Margarita incluían un Evangeliario que contenía un poema que registraba un evento en el cual se le da un chapuzón en el río por un sacerdote descuidado. Otra dama notable, la condesa Judith de Flanders, propietaria de cuatro evangeliarios escritos por escribas ingleses (tres hechos en Inglaterra y uno en St Bertin). Judith era la novia de Tostig Godwinson, conde de Northumbria, un importante protagonista de los eventos que rodearon a la conquista, y quien estuvo en Inglaterra entre 1051 y 1064.

Por lo tanto, en la Inglaterra anglosajona la alfabetización era terreno principal, si no exclusivo, de la Iglesia. Los libros podían ser hechos dentro de las comunidades religiosas para una variedad de “clientes”: para la comunidad misma, o para otro establecimiento religioso; para los sacerdotes, que necesitaban libros para cumplir con sus tareas; para clérigos individuales, a menudo de alto rango; o para figuras seculares, hombres o mujeres, nobles o de la realeza.



Evangelios de Lindisfarne. Principios del siglo VIII, Lindisfarne.
El manuscrito elaborado en el monasterio de Lindisfarne contiene 258 hojas de pergamino, preparado a partir de piel de terneros. Esta imagen desplegada nos muestra la página-carpeta introductoria del Evangelio de San Mateo (a la izquierda) y la página principal con la inicial decorada al principio de dicho evangelio.
(BL Shelfmark Cotton Nero D IV, ff.26v-27.) British Library.





Bendicional de San Aethelwold, 971-984, Winchester.

Un magnífico libro de bendiciones episcopales, encargado por Aethelwold, Obispo de Winchester (963-984), al escriba Godeman.
La imagen muestra un detalle del comienzo de las bendiciones de Pascua, y representa a las Mujeres ante la Tumba.
(BL Shelfmark Add. MS 49598, f.51v.)
British Libray















Salterio de Eadui, 1012-1023, Canterbury. Este imponente salterio fue escrito por el famoso escriba Eadui Basan, quien tal vez está aquí representado a los pies de San Benito.
(BL Shelfmark Arundel MS 155,f.133).
British Library.

4. Inglaterra Anglosajona: Mundo Secular y Mundo Espiritual

Mundo secular y espiritual

La gama de trabajos copiados o compuestos en la Inglaterra anglosajona revela una cultura enfocada en el conocimiento de la antigüedad, el mundo de los primeros cristianos, el continente y la cristiandad oriental. Obras de Plinio, Cicerón, Dioscórides y Vitruvius pueden encontrarse en las bibliotecas inglesas, junto con las de Agustín de Hipona, Gregorio Magno, Efrén el Sirio, y otros Padres de la Iglesia, y de importantes sabios y poetas cristianos como por ejemplo Orosius, Isidoro de Sevilla, Sedulius y Prudentius.

Bajo la inspiración de este legado se crearon muchas obras nuevas. Bede exploró la naturaleza del tiempo y el mundo natural, y creó una influyente rama de la historiografía apartándose de la tradición del registro analítico de los eventos y la polémica semi-histórica.

Byrhferth de Ramsey continuó más tarde con la expansión de las fronteras del conocimiento científico en la tradición de Bede, mientras que muchos aspectos del conocimiento médico anglosajón (seleccionados tanto de la antigüedad como de los remedios transmitidos oralmente por el folclore, siendo estos últimos de un carácter decididamente mágico) se conservaron en los “Leechbooks”. La información astronómica, astrológica y calendárica también tenía una parte fundamental en el conocimiento del mundo para los anglosajones y sus contemporáneos, y una cantidad de obras contienen información sobre estas materias. También se manifiesta el interés por la geografía, en copias de textos tales como las “Maravillas de oriente”, descripciones de la Tierra Santa y cuentos de viajeros, como los narrados por el noruego Ohthere a Alfredo el Grande. Hay un avanzado e intrigante mapa del mundo en un manuscrito inglés del siglo XI, que prefigura el “mappae mundi” medieval posterior.

Verso secular y culto cristiano

Una tendencia del siglo X hacia la producción de antologías también lleva al registro de una exquisita tradición poética; muchos ejemplos de ella habían sido compuestos para el “mead-hall” (salón donde se reunían los vikingos) y se conservaban de forma oral. Además de los poemas seculares, como “El viajero errante” (“The Wanderer”), “Lamento de la Esposa” y “Wulf”, y épicos como “Beowulf” y “La Batalla de Maldon”, se compusieron varios poemas cristianos, como el “Himno de Caedmon”, “El sueño de la cruz” y “Judith”. También se recurrió a las reglas métricas que gobernaban la poesía griega y latina, para relacionarlas con la composición poética anglosajona, en gran medida por influencias de la escuela de Canterbury con el Arzobispo Teodoro y el Abad Hadrián, y sus pupilos, en particular Aldhem. Los acertijos (“Riddles”) compuestos por autores tales como Aldhem y Tatwine, si bien eran entretenidos, tenían la intención de ayudar en la propagación de tales reglas métricas.

Se necesitaban varios libros para la realización del culto. Las Sagradas Escrituras estaban disponibles en varios tipos de manuscritos: Biblias, evangeliarios o leccionarios, grupos de libros del Antiguo Testamento y salterios. Los misales y breviarios (o sus componentes) se necesitaban para la misa y el divino oficio respectivamente (aunque las copias menos lujosas de estos libros raramente sobreviven). Todavía existen unos pocos libros de coro, junto con algunos libros específicos, como por ejemplos los benediccionarios, que contienen bendiciones episcopales. El inglés y el irlandés son lenguas que se dan mucho a la escritura y comentario exegético, o interpretativo, de las Sagradas Escrituras, siendo Bede y Alcuino sus principales exponentes. Las homilías y los sermones también fueron uno de sus puntos fuertes, descollando en este tipo de composición Aelfric y Wulfstan durante la última parte del siglo X. También existía una rica tradición de devociones privadas, representadas principalmente por un grupo de libros de oraciones de Mercia de principios del siglo IX, y por antologías posteriores.

Las vidas de los Santos y otros

Con una impresionante tradición eclesiástica, no es de sorprenderse que la Inglaterra anglosajona haya generado una gran cantidad de vidas de santos locales, además de producir copias de obras hagiográficas más “universales”. Entre las contribuciones inglesas a este género pueden citarse las vidas de San Cutberto (de Bede), la Vida de San Guthlac (de Félix) y las vidas de Swithin y Alphege.

Por otra parte, surgió una tradición biográfica secular, tal vez bajo la influencia carolingia, manifestada en la “Vida de Alfredo” (de Asser), la “Vida de Eduardo el Confesor” y la notable “Apología” o “Encomium” a su madre Emma (de Eduardo). La importancia del linaje y el parentesco dentro de la sociedad anglosajona se despliega además en las genealogías, que fueron compuestas trazando la descendencia de figuras como por ejemplo Woden (y muchas veces también personajes bíblicos), para establecer el valor y la legitimidad de varias personas y sus casas. Las posibilidades presentadas por estas obras para su uso como propaganda no parecen haber sido pasadas por alto, ni tampoco (eventualmente) la de otra gran obra, la “Crónica Anglosajona”, comenzada durante el reinado de Alfredo (871-899) y continuada en varias versiones, una de las cuales llega hasta 1154.

[…] de estos muchos y variados libros fue una tradición de alfabetización pragmática representada por las cartas (documentos de propiedades), los registros de los sínodos y concilios eclesiásticos, las manumisiones o registros de liberación de esclavos, decretos reales, e importantes registros administrativos, como “Tribal and Burghal Hidages”. También quedan muchos testamentos (de hombres y mujeres), incluyendo el de Alfredo el Grande, que, junto con las cartas, proporcionan información sobre las propiedades. Hay un rarísimo caso de supervivencia: un documento oficial relacionado con las posesiones de la abadía de Ely, que nos da importantes datos sobre la economía rural. Hay otros documentos relacionados con el comercio y las regulaciones gremiales, que arrojan luz sobre la vida urbana. Tal vez los más importantes entre todos sean los códigos legales emitidos por gobernantes como Ine de Wessex, Ethelberto de Kent y Alfredo, que suministran posiblemente el más detallado y estimulante vistazo de la vida de la Inglaterra anglosajona.

Marvels of the East (Maravillas de Oriente). Segundo cuarto del siglo XI. Winchester o Canterbury (?). Los fabulosos habitantes de Oriente (incluyendo un elefante), ilustrando un tratado de la Antigüedad Tardía copiado en este volumen misceláneo de conocimiento universal. (BL Shelfmark Cotton MS Tiberius B.V (pt.I), f.81.) British Library.









The Harley Psalter (Salterio de Harley). Principios del siglo XI (con adiciones posteriores); Canterbury. Detalle de la ilustración para el Salmo 103, en la más antigua de las tres copias inglesas sobrevivientes del Salterio de Utrecht. Este influyente libro carolingio (de inspiración en la Antigüedad) fue hecho cerca de Rheims, aproximadamente en el 820, fue presentado en Inglaterra y dio origen al "estilo de Utrecht". Las diferentes respuestas de los varios artistas y escribas a su modelo es instructivo: este artista lo siguió al pie de la letra, enfatizando ciertos detalles. Esta copia inglesa introduce además mucho más color que el original. British Library.

Fuente: (no es una traducción literal):
An Introduction to Anglo-Saxon Manuscripts. Fathom.
véase el art. en:
http://www.fathom.com/course/10701049/session3.html

5. Materiales y Técnicas

Las hojas de pergamino o vitela (1) se disecaban en un baño de cal y alumbre, se estiraban, se raspaban, tal vez se blanqueaban, recortaban, calaban y rulaban, y después se adornaban con la escritura y la decoración; finalmente se agrupaban en manos de papel, y se encuadernaban en forma de libro o de códice (a menos que fueran documentos de una sola hoja).
Nuevamente, el estudio técnico de la fabricación de los libros nos muestra que, durante el periodo inicial, los “scriptoria” insulares formularon sus propias respuestas para con la antigua práctica, que difería en varios aspectos de las técnicas continentales. La membrana insular a menudo es gruesa y gamuzada, o rígida y “celulósica”, mostrando pocos contrastes entre los lados del pelo y de la carne (a diferencia de sus homólogos antiguos y continentales, que tienen un marcado contraste, con folículos pilosos que a menudo motean los lados del pelo más amarillo).

Las manos eran por lo general de diez o de ocho (cinco o cuatro hojas dobles, o bifolios, plegadas en cuadernillos), siendo ocho el número normal en Inglaterra tras las reformas y la fuerte influencia mediterránea de cerca del año 700.

Un bifolio se podía escribir de a un folio por vez: queda así un texto no continuo, prestando mayor interés al diseño en vez del tiempo; pero igual las hojas se organizaban en “manos” antes de escribir, y se calaban (en los cuatro márgenes) y rulaban con un punzón, para guiar las líneas de escritura. En el continente, los bifolios se calaban solamente en sus márgenes externos, y se rulaban en línea recta, antes de plegarlos. La membrana era muy costosa y solamente los irlandeses ocasionalmente prescindían de rular sus evangeliarios de bolsillo, donde el bloque de texto era tan condensado que virtualmente se guiaba solo.
La cantidad de pieles usadas variaba de acuerdo con el carácter y el tamaño del libro. Para los Evangelios de Lindisfarne, una obra grande y lujosa, se necesitaron no menos de 127 pieles de becerro.

En ocasiones se hicieron experimentos con técnicas continentales, especialmente en el entorno hiberno-sajón durante el siglo VII, en Canterbury durante la primera mitad del siglo IX, y en Wessex a principios del siglo X. Todas estas son áreas donde, históricamente, se podía esperar una mayor influencia continental. Con el advenimiento en Inglaterra de la escritura minúscula carolina, a partir de mediados del siglo X, también se adoptaron los métodos continentales de preparación en general (aunque persistieron algunos aspectos insulares, como por ejemplo el lado piloso formando la parte exterior de las manos de papel).

Encuadernaciones

Las manos ensambladas se cosían y se pegaban. Por lo general, se cosían con una serie de cordones de cuero (curtido al alumbre), cuyos extremos eran insertados en agujeros y canales perforados en gruesas tablas de madera (preferentemente de roble u otra madera dura, para evitar los gusanos) y asegurados con clavijas de madera.

Se cosían guardas en los extremos del lomo para consolidar aún más la encuadernación, y tanto las tapas como el lomo se podían revestir con cuero húmedo que se podía moldear sobre un diseño, trabajado con un patrón, y/o adornado con accesorios de metal. Los cordones también podían servir para atar las tapas en los bordes exteriores: con esta presión se evitaba que la membrana volviera a tomar la forma original.

Han sobrevivido muy pocas de estas encuadernaciones, aunque todavía quedan dos ejemplos del siglo VIII asociados con San Bonifacio, y las fuentes pictóricas complementan los conocimientos que pueden obtenerse a partir de la investigación arqueológica de los rastros dentro de los mismos libros, muchos de los cuales fueron posteriormente encuadernados de nuevo.

Un notable sobreviviente de la encuadernación anglosajona es el Evangelio de San Juan, que posiblemente fue entregado como obsequio a la ermita de San Cutberto por parte de las comunidades de Wearmouth/Jarrow, cerca del año 698. Lo que es fascinante, es que la técnica de encuadernación difiere de la anteriormente descrita en que las manos están cosidas entre sí con hilo usando dos agujas, en lugar de estar cosidas a soportes –una técnica utilizada en el Egipto de los coptos.

Además de la forma de códice, se heredaron de la antigüedad las tabletas de cera (y siguieron estando en uso hasta el presente siglo). Las tablas de madera, a veces en conjuntos unidos entre sí con correas de cuero, se ahuecaban y se les echaba cera, sobre la que se escribía con un punzón de metal o de hueso (stylus), que a menudo tenía un extremo triangular utilizado para borrar. Eran reutilizables y podían servir para la redacción de borradores, para la enseñanza, o incluso como temas “exóticos”. Sobreviven dos ejemplos insulares de estas tabletas, junto con numeroso “styli”.

Pigmentos

Una temprana predilección por un pigmento tricolor, consistente en rojo (plomo rojo), verde (verdigris, un sulfato de cobre) y amarillo (oropimente, un trisulfuro de arsénico) dio paso a una paleta más amplia con el aumento de la influencia mediterránea, que se ve en el Codex Amiantinus y los Evangelios de Lindisfarne a comienzos del siglo VIII.

Se incorporaron extractos de varios minerales (por ejemplo, malaquita y azurita), plantas (yerba pastel, heliotropo), y animales (kermes, un tinte de insectos) que podían ser mezclados con clara de huevo clarificada (clarea) como medio aglutinante esencial (aunque se sabe que se utilizaron aditivos que van desde la orina rancia hasta la cera de oídos, durante la Edad Media, para lograr el efecto colorista deseado).

Se podían usar hojas de oro, pegadas con cola de pescado o goma, bruñidas o no; o se podía pulverizar el oro para lograr una tinta o una pintura más costosa. La mixtura de pigmentos extendió el rango aún más (técnicas vistas en sus extremos en el Libro de Kells).

Desde el siglo X el uso del color cambia de alguna forma, aunque los pigmentos siguen siendo en esencia los mismos (incluso hasta el siglo XIV): el dibujo con tinta utiliza suaves aguadas de color, o contornos coloreados, mientras que la pintura plena usa pigmentos más gruesos y a menudo se les da sustancia y opacidad a los colores agregándoles plomo blanco.
Todo dibujo y trazado se hacía generalmente en tinta o con una punta de metal, con una punta de plomo (que deja marcas que parecen a un lápiz) usado a veces a partir del siglo XI. Aparece también una substancia semejante a la tiza, y para ayudarse en el trazado comienzan a usarse los compases. La tinta en general consistía en bugalla (agalla de roble) mezclada con carbón (negro de lumbre) y/o extracto de hierro. Se empleaban tanto las plumas como los pinceles, y en ocasiones se recurría a un cuchillo para borrar.

(1) (el pergamino técnicamente es la piel de oveja o de cabra, y la vitela es la piel del becerro, pero se conserva como término genérico el de “pergamino”)


Galería de Imágenes



The Old English Illustrated Hexateuch (Antiguo Hexateuxo Inglés Ilustrado)
Siglo XI, segundo cuarto de siglo; Canterbury. Las tres ilustraciones que se presentan aquí provienen de esta traducción del antiguo inglés de los primeros seis libros del Antiguo Testamento, y representan las etapas de la ejecución de las miniaturas. (BL Shelfmark Cotton MS Claudius B.IV, f.144.) The British Library.
The Old English Illustrated Hexateuch
Siglo XI, segundo cuarto; Canterbury. El homilista Aelfrico tradujo gran parte de esta traducción del Antiguo Inglés de los seis primeros libros del Antiguo Testamento, que contiene un extenso ciclo de ilustraciones, de probable inspiración en la Antigüedad Tardía o la época bizantina. Esta miniatura ilustra sobre el trazado con un punzón y la pintura. (BL Shelfmark Cotton MS Claudius B.IV, f.92v.). The British Library.
The Old English Illustrated Hexateuch
Siglo XI, segundo cuarto; Canterbury. Esta miniatura final, es una pintura plena y dibujo en tinta. (BL Shelfmark Cotton MS Claudius B.IV, f.63v.)The British Library.



Para ver los otros artículos sobre el Libro Anglosajón, por favor haga click en la Etiqueta "Anglosajones".
Fuente: An Introduction to Anglo-Saxon Manuscripts
véase el art. original en:

6. Ilustración y Ornamentación


El periodo anglosajón puede dividirse en varias fases en términos de desarrollo cultural, y especialmente en lo que respecta a la decoración y la escritura. La fase desde el último periodo sub-romano (c. 550) y antes del renacimiento alfrediano y sus repercusiones (c. 900) a menudo es llamada “insular”, en reconocimiento a la estrecha interacción cultural de Gran Bretaña e Irlanda.



El término “Hiberno-Sajón” también se usa para denotar el área de máxima coincidencia: Irlanda, Escocia y Northumbria (cuyas influencias se sienten también en el extranjero). “Nortumbria” y “Southumbria” (términos que indican las áreas al norte y al sur del río Humber, y no unidades políticas) también denotan las dos divisiones culturales predominantes en Inglaterra en aquella época, aunque obviamente interactuaron. El periodo posterior al año 900 por lo general se denomina “Anglosajón” en términos artísticos (denotando un ambiente cultural pan-inglés, y no uno principalmente anglosajón o céltico).



Un rasgo característico de la iluminación insular es la integración de la decoración, la escritura y el texto. El ejemplo más antiguo de este tipo de decoración aparece en el Codex Usserianus Primus (a fines del siglo VI, principios del VII), y consiste en un colofón decorado (con simples marcas gráficas, líneas, a menudo en color rojo, diseñadas para enfatizar las principales divisiones del texto), en este caso un símbolo “chi-rho” (las letras X y P, las dos primeras de la palabra “Cristo” en griego), rodeado por cuadros decorativos.



El siguiente monumento importante de principios del siglo VII, irlandés, el Cathach de Culumcille, comienza a incorporar el gusto céltico por el ornamento en este nuevo vehículo: el libro. Presenta grandes iniciales dibujadas con pluma, adornadas con motivos celtas (peltas, trompetas en espirales, etc.) conocidos como “última La Téne”, ya que se derivan de la cultura céltica de la Edad de Hierro de aquel nombre, y con símbolos cristianos (cruces y peces), extraídos de libros romanos contemporáneos.



Iniciales decoradas y páginas tapiz (“carpet pages”)



La escena quedó planteada para el desarrollo de la inicial decorada insular, que iba a ejercer una importante influencia sobre el arte medieval tardío en cuanto a manuscritos. Estas iniciales pronto adquirieron una ornamentación más elaborada, incluyendo terminaciones con cabezas de animales, y los primeros ejemplos de iniciales historiadas occidentales (es decir, aquellas que contenían una escena que ilustraba el texto) se encuentran en el Salterio Vespasiano (producido en Canterbury, cerca del año 730) y el Leningrad Bede (hecho en Wearmouth/Jarrow aproximadamente en la misma época). Pero la contribución insular a la articulación decorativa y la clarificación del texto no se limitan a esto.



En Southumbria parece haberse desarrollado dos artilugios decorativos durante la última parte del siglo VIII: símbolos de relleno de líneas (para llenar el final de las líneas que quedaban cortas, tal vez para enfatizar la forma de verso) y otros símbolos parecidos pero para indicar que el texto de una línea ha sido movido para ocupar el espacio que quedaba libre en la línea de abajo o de arriba, un espacio que de otro modo hubiera quedado vacío.



Por otra parte se introdujeron otros componentes importantes para enfatizar el comienzo del texto. En el Libro de Durrow, el primero de los grandes evangeliarios hiberno-sajones, que posiblemente data de la última parte del siglo VII, emerge el programa insular distintivo para la introducción de cada Evangelio. Una página tapiz (“carpet page”, una página o folio de diseño abstracto, aunque a veces se entretejían cruces dentro del diseño, llamada así por su parecido con los tapices orientales), posiblemente de inspiración copta (Egipto), marca el quiebre del texto, con el símbolo (a página completa) correspondiente al evangelista en cuestión: Mateo, el Hombre; Marcos, el León; Lucas, el Ternero o el Toro; y Juan, el Águila, a raíz de la visión que tuvo Ezequiel.



Las descripciones de los evangelistas iban a asumir varias formas en el arte insular: zoomórficas (símbolos de las bestias), antropomórficas (retratos de los evangelistas con apariencia humana, a menudo acompañados por sus símbolos correspondientes); y zoo-antropomórficas (figuras humanas con la cabeza de la bestia del símbolo correspondiente). En los Evangelios de Lindisfarne (c. 700) el artista-escriba, Eadfrith, introduce la práctica de representar a los evangelistas como escribas (una forma en extremo influyente, de inspiración mediterránea).

Las palabras de apertura de los Evangelios (incipits) fueron dotadas de importantes iniciales decoradas, más grandes, seguidas por un despliegue de escritura decorativa, y para la época del Libro de Kells (cerca del año 800) las iniciales o las pocas primeras letras o palabras habían crecido tanto como para llegar a ocupar virtualmente el folio entero (incorporando a menudo detalles que estaban imbuidos en un sentido simbólico).



Otros quiebres o rupturas textuales podían marcarse también por iniciales más pequeñas y, tal vez, por paneles de escritura (paneles de despliegue o de continuación). A partir del Libro de Durrow, las tablas canónicas (un sistema de concordancia de los evangelios, establecido por Eusebio de Cesarea) también recibieron un tratamiento decorativo, puestas muchas veces dentro de arcadas.

Imágenes



Salterio Vespasiano, siglo VIII, Canterbury-
David, autor de los Salmos, con sus escribas y músicos. La inicial historiada del Salmo 26 presenta a David y Jonathan, y es uno de los primeros ejemplos de esta forma de decoración en el arte occidental. Esta es la representante más antigua del grupo "Tiberius" de manuscritos de Southumbria. (BL Shelfmark Cotton MS Vespasian A.I, ff.30v-31.)


La Biblia Real
Siglo IX (segundo cuarto), Canterbury.




Detalle de la apertura del Evangelio de San Lucas, a partir de evangelios fragmentarios. Sus páginas púrpuras, sus letras en oro y plata y el estilo de pintura ilusionista son reminiscencias en última instancia de obras mediterráneas (especialmente bizantinas), a pesar de que probablemente un producto de la Escuela de la Corte Carolingia proporcionó la inmediata inspiración, y se agregó la decoración de grupo "Tiberius" inglés. (BL Shelfmark Royal MS 1.E.VI,f.43.)


















Fuente:

An introduction to Anglo-Saxon manuscripts. Fathom.
http://www.fathom.com/course/10701049/session5.html

7. Conclusión

Influencias extranjeras

Los motivos decorativos que se revelan en el crisol insular eran, en gran medida, un préstamo de los repertorios celta (última La Téne) y germánico, que durante el pasado pagano habían evolucionado en el uso de los metales y, en el caso de los celtas, las piedras.


El ornamento celta abstracto curvilíneo se fusionó con el entrelazado germánico, habitado por una gran cantidad de bestias tomadas de ambas tradiciones (aunque el repertorio amorfo germánico al principio fue predominante en obras como el Libro de Durrow).

El arte franco también tuvo alguna influencia (que se ve por ejemplo en las bestias independientes en la iluminación inglesa del sur, como el Salterio Vespasiano, que están liberadas de los entrelazados en el que están inmersos sus homólogos del norte).

Los animales más naturalistas del arte Picto también parecen haber ejercido una influencia, por ejemplo en ciertos símbolos de los evangelistas del Libro de Durrow, y los Evangelios de Lindisfarne anunciaban la llegada de una nueva tendencia en pájaros, perros y gatos, más identificables, en el arte hiberno-sajón.

Otras influencias: el arte de la Antigüedad, el arte Mediterráneo y el Oriental. Los arabescos (“vine-scrolls”, simbólico de la eucaristía, y frecuentemente poblado por las bestias de la creación), tan amados por el artista anglosajón, tuvieron sus raíces firmemente ancladas en la Antigüedad, y muchos otros motivos foliares se esparcieron a partir de estas fuentes u otras más recientes.

Las míticas criaturas que suelen aparecer, fueron tomadas de fuentes similares, y a menudo pueden haber estado embebidas de significados simbólicos tomados de textos como “Maravillas de Oriente” y el “Physiologus” (el manticore, un león con cabeza humana, por ejemplo, es el heraldo de la muerte).

Las influencias clásicas e ítalo-bizantinas también encontraron su expresión en el estilo pictórico, naturalista, encontrado en muchas iluminaciones, especialmente en aquellas provenientes de centros romanizantes, como el Codex Amiantinus de Wearmouth/Jarrow, el Salterio Vespasiano y el Codex Aureus de Estocolmo (también conocido como “Codex Aureus de Canterbury”), y los Evangelios de Barberini, posiblemente de Mercia. Pueden encontrarse miniaturas narrativas, además de los retratos de los evangelistas, como por ejemplo en la Crucifixión en los Evangelios de Durham (Lindisfarne, c. 700), el Juicio Final, y Ezra el escriba del Codex Amiantinus, y David y sus músicos en el Salterio Vespasiano.

Los grandes evangeliarios

Tal vez los manuscritos hiberno-sajones más notables fueron los grandes evangeliarios. El Libro de Durrow y el Libro de Kells se ubican en cada uno de los extremos del periodo insular, y están estrechamente vinculados entre sí, por las características de sus textos y quizás por el mismo centro (Iona es el candidato principal). Sin embargo, son estas las piezas más controvertidas del periodo, y a menudo son objeto de argumentos más bien nacionalistas con respecto a sus orígenes (lo que demuestra la utilidad que puede tener el concepto de “insular”).

También en Lindisfarne se produjeron tres espléndidos evangeliarios: los Evangelios de Durham y los de Echternach, ambas obras de un artista escriba denominado “el Calígrafo de Durham-Echternach”, que se supone era contemporáneo y tal vez maestro de Eadfrith, hacedor de un tercer libro de esta especie: los Evangelios de Lindisfarne.

Otros monumentos importantes incluyen los Evangelios de Cambridge-Londres, los Evangelios de Lichfield o Chad, los Evangelios de Leningrado (aunque esta obra idiosincrática también puede haber sido producida al sur del río Humber), y varios libros que incluyen una serie de notables evangelios de bolsillo hechos en Irlanda y, en un par de casos, Escocia (el Libro de Deer) y tal vez Gales (los Evangelios de Hereford).

Southumbria produjo una cantidad de importantes manuscritos iluminados durante el siglo VIII y principios del IX, incluyendo el Salterio Vespasiano, el Codex Aureus de Estocolmo, tres libros de oraciones de Mercia (el “Royal Prayer book”, el Libro de Nunnaminster y el Libro de Cerne), el Tiberius Bede y la Biblia Real, siendo los Evangelios de Barberini una importante influencia dentro del grupo y tal vez un miembro de éste (el evangeliario fue hecho por un equipo que incluía a gente de Northumbria y de Mercia). Estos forman el núcleo de lo que se conoce como el grupo “Tiberius” (por Tiberius Bede, que estaba en un estante superado por el busto del emperador romano Tiberio en la biblioteca del bibliófilo Sir Robert Cotton, quien murió en 1631).

El grupo Tiberio fue particularmente influyente durante el renacimiento Alfrediano. Las iniciales de fines del siglo IX y principios del X representan las terminaciones con cabezas de bestias de las obras más antiguas, aunque ahora se les da también cuerpos y se entrelazan con un denso follaje (parecido al encaje), tal vez inspirado por los manuscritos carolingios de Tours y Metz. También durante el siglo X se introduce un tipo distinto de iniciales, compuestas por un rico ornamento vegetal, con una planta semejante al carnoso acanto, derivado del arte carolingio del siglo IX. Sus ejemplos más refinados se encuentran en obras de la llamada “escuela de Winchester”. Durante el siglo XI estos tres estilos esenciales se fusionan para formar la base de la inicial románica inglesa, caracterizada por una cualidad vivaz, gimnástica, que tuvo sus raíces firmemente plantadas en el mundo insular.

El impacto de los manuscritos carolingiosDurante la segunda mitad del siglo X, emergen dos nuevos estilos de arte figurativo, en última instancia de un carácter clásico pero en deuda con la interpretación carolingia.

El estilo “primero” o de “Winchester”, se distingue por un estilo opulento en cuanto a la pintura, con mucho dorado y colores, presentando pesadas hojas de acanto y un estilo de figura naturalista en el que el drapeado a menudo asume una cualidad muy ágil, de gran movimiento. Los marfiles producidos por la Escuela de la Corte de Carlomagno están entre las posibles fuentes de inspiración para este estilo. La influencia insular además se vio reforzada por la re-importación de los entrelazados zoomórficos en una manera formal y a menudo estática, popularizada por los manuscritos carolingios de la escuela franco-sajona, que a su vez habían respondido a la antigua influencia insular. El apogeo de este estilo se ve en el Bendicionario de San Aethelwood, hecho en Winchester aproximadamente entre los años 971- 984; esto condujo a una asociación primaria con Winchester, aunque el estilo, de hecho, se encuentra en otros centros asociados con las reformas monásticas, como por ejemplo Canterbury.

A fines del siglo X se introdujo en Inglaterra el segundo estilo importante, inspirado por un importante manuscrito carolingio conocido como Salterio de Utrecht. Este libro había sido realizado cerca de Rheims, aproximadamente en el año 820, y representaba un estilo sorprendente, de dibujo agitado, en deuda con la técnica esquemática, ilusionista, de la pintura clásica. El Salterio de Utrecht aparentemente fue utilizado como un modelo, tal vez incluso en un estado independiente, en el scriptorium de la Iglesia de Cristo a principios del siglo XI. Más tarde inspiró la primera de las tres copias de Canterbury, el Salterio Harley. En esta última obra trabajaron varios artistas y escribas, y todavía se estaba trabajando en ella a principios del siglo XII.

Durante la primera mitad del siglo XI, los dos principales estilos anglosajones (el “primero” o de “Winchester”, y el segundo, de “Utrecht”) comenzaron a fusionarse, asumiendo el estilo de Winchester un carácter más agitado, con mayor actitud, ejecutado en una técnica de pintura más impresionista, como se ve en el Salterio conocido por su signatura BL Harley 2904, en el Salterio Arundel, los Evangelios de Santa Margarita y los Evangelios de Judith de Flanders.

Una tendencia cada vez más fuerte hacia la fabricación de patrones encuentra una dramática expresión en el Salterio Tiberius, un libro de Winchester de cerca del año 1050 que introduce un influyente ciclo inglés de miniaturas a manera de prólogo (miniaturas introductorias).

Otro elemento adicional para el desarrollo estilístico del siglo XI es la influencia escandinava. Se encuentra menos marcada en la iluminación de manuscritos que en otros medios, pero los entrelazados zoomórficos y los ornamentos foliares escandinavos, inspirados en gran medida ellos mismos por los estilos anglosajones, tienen una aparición limitada. Las iniciales caracterizadas por entrelazados menos disciplinados, serpenteantes, y un follaje fibroso, se inspiran en el estilo Ringerike vikingo (que se ve, por ejemplo, en el Salterio Winchcombe).

Estilos anglosajones en el continenteAproximadamente a mediados del siglo XI, hace su aparición en el arte inglés, tal vez por influencia alemana o flamenca, un estilo duro, metálico (que se ve en el Tropario de Calígula), contribuyendo a la transición del arte anglosajón al arte románico. La contribución anglosajona al arte medieval no terminó aquí, a pesar de todo. A partir de fines del siglo X el “primer” estilo anglosajón o de “Winchester” se practicó en el área franco-flamenca, en especial en San Bertin, mientras que el estilo de Winchester con respecto a la decoración de los bordes encontró gran popularidad en la parte norte y oeste de Francia, y fue introducido en el scriptorium de Weingarten a través del pasaje de Judith de Flanders. Normandía fue particularmente receptiva con respecto a la influencia inglesa (manifiesto en el Préaux, y Evangelios de Jumiéges), que fue reintroducida después de la conquista.


Además de los elementos estilísticos ya mencionados, el arte anglosajón contribuyó en formas iconográficas distintivas. La Crucifixión, la Trinidad, los Evangelistas, y la iconografía de María y David, recibieron particular atención y fueron desarrollados como imágenes complejas, a menudo investidas con sustratos de significados, algunos de los cuales pueden atisbarse por medio del comentario exegético (o interpretativo). Estos y otros caracteres idiosincráticos, como por ejemplo los cuernos de Moisés (derivados de una interpretación errónea del pasaje bíblico con respecto al descenso de Moisés de la montaña, habiendo recibido los Mandamientos, durante el cual aparece “radiante”, traducido erróneamente como “cornudo, con cuernos”), iban a continuar influyendo en la iconografía medieval.

Así es como, a través de una sutil red de fertilización cruzada, la pintura de manuscritos anglosajona e, indirectamente, insular, realizaron una importante contribución a la evolución del arte románico y, en última instancia, gótico.
The Royal Prayerbook. Principios del siglo IX, Mercia (¿Worcester?). Uno del grupo de los libros de oraciones de Mercia, cuyos textos están recopilados alrededor de un tema central, en este caso Cristo como la cura de la humanidad, el curador de la humanidad. Se sugiere que posiblemente estuvo en poder de un médico, tal vez de una mujer. (BL Shelfmark Royal MS 2.A.XX,f.17.) British Library.































The Book of Munnaminster. Principios del siglo IX, Mercia. Parte final de los extractos de los evangelios, y comienzo de una oración atribuida a Gregorio Magno, de uno de los libros del grupo de libros de oraciones mercianos, que se enfoca esta vez en la vida de Cristo. (BL Shelfmark Harley MS 2965, f.16v.) British Library.



































The Tiberius Psalter.c.1050; Winchester. Los tormentos del Infierno, de un ciclo introductorio de influyentes ilustraciones sobre las vidas de Cristo y David. Sus dibujos en tinta muestran las tendencias manieristas del arte anglosajón tardío. Este fue un tema inglés muy popular, e inspiración para el antiguo drama litúrgico. (BL Shelfmark Cotton MS Tiberius C.VI,f.14.) British Library.